EL ARPA DE PLATA


Cuentan que hace mucho tiempo, vivió una bella joven llamada Kefjer que, buscando a su hermano pequeño, se internó en un bosque profundo hasta que se perdió y nunca más se supo de ella. Al poco tiempo, se empezaron a oir suaves melodías de arpa en el bosque y todo aquel que se aventuraba en el tratando de encontrar la fuente de ésa música caía preso de la locura. Los padres de Kefjer ofrecieron toda su fortuna para aquel que devolviese viva a su hija del bosque pero nadie se presentó para llevar a cabo tal empresa. Con la esperanza perdida, un día llegó al lugar un extraño hombre encapuchado y les dijo que sabía como rescatar a su hija. Según él, Kefjer se hallaba presa del arpa de plata, un arpa mágica del bosque que poseía a todo aquel que entrase en contacto con ella. La única manera de romper ése encantamiento era que alguien que no temiese a la muerte se enfrentase a la melodía del arpa. Recorrieron las tierras buscando un perfil así pero no lo encontraron hasta que cuando ya estaban totalmente desmoralizados se les acercó Zaak, un joven labrador que se ofreció para salvar a su hija en medio de las burlas y escarnios de los moradores. Los padres no confiaban en él pero aceptaron su oferta como su última esperanza. Así fué como Zaak entró en el bosque en busca de Kefjer. Prontó empezó a oir la melodía del arpa y la siguió. Caminó hasta llegar a un lugar en el bosque lleno de pequeñas estatuas de criaturas fantásticas donde la muchacha tocaba el arpa con cara perdida. Zaak se acercó a ella pero cuando Kefjer le vió empezó a tocar con más fuerza el arpa haciendo que las poderosas vibraciones se transformasen en oscuros sonidos que herían como cuchillas el cuerpo de Zaak. A pesar de ello, el muchacho siguió aproximándose hasta que llegó a la altura de Kefjer y fué entonces cuando pudo comprobar el delirio diabólico que la poseía. Sin pensarlo, le quitó el arpa de sus manos y, al instante cayó fulminado al suelo mientras Kefjer recuperaba la consciencia normal.

Los padres de Kefjer abrazaron a su hija nada más verla y lloraron de alegría mientras los aldeanos preparaban una pila para incinerar el cuerpo sin vida de Zaak. Kefjer miró con ternura el cuerpo ardiendo de Zaak que yacía sobre la pira con los aldeanos mirando el espectáculo y, separándose de sus padres, se lanzó a las llamas. Los padres, horrorizados, no podían creer el espectáculo que estaban viviendo. Los aldeanos trataron de salvar a Kefjer pero las llamas eran demasiado poderosas y, temiendo por sus vidas, se alejaron del fuego. En medio de ésta tragedia, los padres de Kefjer culparon al hombre de la capucha que veía la escena sin inmutarse. “¡¡Muerte al brujo!!” dijeron los aldeanos. El hombre sonrió y acercándose al fuego levantó lentamente su brazo derecho y acto seguido movió los dedos de su mano hacia arriba. Al momento, el fuego se detuvo y todos pudieron comprobar con sorpresa como los dos jóvenes estaban tumbados vivos en la pira y se miraban alegres.

FÍN

AGUANIEVE

I

Aguanieve corría feliz por el campo siguiendo la pista de una liebre. «¡Hora de comer Aguanieve!» dijo Zard, el caballero que adoptó al muchacho hacía tiempo cuando lo encontró abandonado en mitad de la nieve de la montaña siendo un bebé. «¡Ya estoy aquí padre!» Aguanieve llegaba resoplando con el sudor resbalándole por la frente y los ojos radiantes de alegría. El caballero le miró serio y sin decir nada le hizo un gesto para que lo siguiera y acto seguido entraron en la pequeña y rústica casa construida a base de piedra y madera.

Como siempre que era el momento de la comida, comieron en silencio. Después de acabar, fueron caminando juntos por el bosque. Zard amaba contemplar la belleza de la naturaleza lo mismo que Aguanieve. Estos paseos eran diarios y en ellos Aguanieve descubría los misterios del bosque y las enseñanzas que le mostraba la madre naturaleza. Anteriormente, por la mañana temprano, Aguanieve ya había realizado las tareas de ir a por agua y transportar la leña. Como decía Zard «el esfuerzo físico fortalece el cuerpo y el silencio y la contemplación alimentan al alma».

Al regresar, lo hicieron por otro camino. Aguanieve se extrañó. ¿Qué pretendía su padre? Pronto lo supo. Se detuvieron en un precipicio donde había un delgado tablón de madera que unía los dos lados. Abajo, un gran abismo. Aguanieve abrió los ojos con sorpresa. «Cruzaré yo primero y luego lo harás tu» dijo Zard. Aguanieve vió como cruzaba al otro lado caminando por el tablón tranquilamente. «Te toca» Aguanieve no se movía. Zard volvió a cruzar. Esta vez con los ojos cerrados. Aguanieve sonrió confiado y cruzó al otro lado. «Cuerpo sano, alma limpia y corazón valiente» Al escucharlo, Aguanieve sintió una fuerza benéfica que le recorrió desde los pies hasta la cabeza.

II

Una majestuosa águila cruzó el cielo mientras Zard y Aguanieve caminaban hacia la aldea vecina. El suave rocío de la mañana acariciaba sus rostros mientras el canto de las aves del bosque entonaban su feliz bienvenida. Era un día especial para Aguanieve. Por fín tendría su propia espada. Como su padre. Se la compraron a Herth, el mejor forjador de espadas de los alrededores. «Os lleváis una muy buena espada» ·Gracias» dijo Aguanieve esbozando una sonrisa. En ese momento llegó Gavil, la hija de Herth, la cual llevaba un cesto de comida. «¡Aquí está la comida!¡Gracias hija» «De nada padre» respondió ella alegremente mientras miraba a Zard y Aguanieve. La afinidad espiritual hizo que desde aquel día los dos jóvenes estableciesen un invisible lazo de amor que fue fortaleciéndose con el paso del tiempo y el trato casi diario. Herth estaba encantado ya que Aguanieve le parecía un excelente partido para su hija. Por su parte, Zard se mantuvo en su habitual y aparente indiferencia. Sólo una vez habló de la relación con su hijo. Y fué porque éste último le preguntó acerca de la manera correcta para tratar a las damas. «Ni muy cerca ni muy lejos. Con dulzura pero sin apego» fué la respuesta. La primera parte no la entendió mucho y tuvo que pedirle explicaciones más detalladas. «Poco a poco. Sin prisa. Siguiendo el curso natural, igual que las aguas de un río» Esta vez Aguanieve si comprendió y sonrió feliz.

III

La muerte de Herth dejó a Gavil sola ya que su madre murió siendo niña y no tenía hermanos ni parientes cercanos. Aguanieve habLó con su padre. «Me marcho a vivir con ella» «Sea» respondió Zard con su acostumbrada serenidad. Gavil se sintió muy feliz de que su amado decidiese ir a vivir con ella. Pero los vecinos pronto empezaron a criticar su relación ya que no estaban casados.

Un día, dos aldeanos empezaron a insultarles al pasar cerca de su casa. Gavil empezó a sollozar. Aguanieve salió y observó como los aldeanos llevaban un par de garrotes. «¡Marchaos de nuestra aldea! ¡No os queremos!» «Este es nuestro hogar» respondió el joven tranquilo. Cuando se proponían a atacarle Aguanieve cogió una rama del suelo y sin pensárselo se enfrentó a ellos derrotándoles. Heridos en su orgullo lo maldijeron y juraron vengarse.

IV

Era de noche. La luna estaba oculta por la oscuridad. Los murciélagos revoteaban por el cielo y la lechuza entonaba su llamada. De pronto, se oyeron relinchos de caballo. Aguanieve se despertó y salió de la habitación. Alguien estaba forzando la entrada. Cogió la espada y se acercó a la puerta. Cuando entraron los forajidos no tuvieron tiempo de decir nada. Aguanieve los rechazó sin miedo. Los tres hombres, armados con espadas, cayeron al suelo uno tras otro. Heridos y asustados subieron a los caballos y se marcharon cabalgando.

Cuando se levantó Gavil y vió la escena corrió hacia Aguanieve y se abrazó a él con fuerza.

Al poco tiempo, se escucharon voces y relinchos. «¡Vuelven!» Así era. Esta vez, la banda al completo. Aguanieve tomó por la mano a Gavil y se dirigió a la ventana. Saltaron por ella y corrieron internándose por el bosque. Desde allí observaron como su casa era saqueada e incendiada.

V

«Obraste correctamente» dijo Zard mirando a su hijo. «Sólo la vida tiene prioridad. Lo demás es secundario» Desde entonces, vivieron los tres juntos.

VI

Los años pasaron. Aguanieve y Gavil tuvieron una hija a la que llamaron Zafil. «El paso de lo oculto a lo visible es el misterio de los misterios» dijo Zard por última vez. Lo incineraron en una pira mientras contemplaban las llamas. Cuando las cenizas inundaron la pira la madre y la hija se retiraron. Aguanive se acercó despacio y tomó un puñado de ceniza con la mano. Después, abrió la mano despacio y contempló como la ceniza salía volando.

FÍN

ADIANHOFF

I

Cuando estaba solo, el joven Albert, hijo del barón de Adianhoff, pasaba las horas leyendo y paseando. Los actos públicos procuraba evitarlos. Su amigo Joseph, hijo de los condes de R…, iba a visitarlo frecuentemente. Juntos conversaban distraídamente de los temas propios de la edad. “Deberías venir a casa Albert. Mis padres te añoran” le dijo un día Joseph. Albert aceptó. Fué en casa de Joseph donde conoció a Teresa. De carácter sensible y tímido, era la hija  de H…, uno de los sirvientes de la casa. Después de la comida, se procedió a la tertulia y al baile. Teresa, enamorada desde el primer momento de Albert, fué invitada a bailar por éste, causando cierto asombro entre los asistentes. “¡Bien por Albert!” dijo jocoso el padre de Joseph mientras aplaudía. Bailaron. Teresa sonrojada y Albert alegre. Tras el baile, Joseph invitó a Albert a pasar unos días con ellos. “Con mucho gusto” dijo Albert mientras le miraba la joven. Fueron días gozosos donde reinó la alegría y la tranquilidad. El último día, después de despedirse de la familia R…, habiéndose quedado solo dispuesto a subir a su carroza Teresa apareció ante él ruborizada. “Os ruego que la leáis cuando lleguéis a vuestro hogar” le dijo entregándole una carta. Albert la tomó. “Así lo haré”dijo sonriente. Subió a la carroza y se marchó mientras Teresa miraba como se alejaba.

Al llegar al castillo de Adianhoff, su padre le comunicó que había estallado la guerra en F… Albert dijo que iría pero no como soldado sino para colaborar en tareas sanitarias. Después, fué a su habitación y leyó la carta de Teresa:

“Querido Albert,

Os escribo esta carta para manifestaros mi amor, un amor que nació desde el primer momento en que os ví. Quizás habrías preferido escucharlo de viva voz pero mi timidez lo impidió. Desconozco vuestros sentimientos. Tampoco os exijo nada. Sé que podría perjudicaros amar a una doncella que no es noble. Sólo sabed que yo os amaré por siempre.

Teresa”

Y esto es lo que Alfred le contestó:

“Querida Teresa,

También en mí se ha despertado un dulce sentimiento amoroso hacia vos. No obstante, el deber me exige ir al frente de F… No os pediré que me esperéis aunque si lo hicieseis sería el hombre más feliz del mundo.

PD: Os ruego que si el destino quisiese que muriese en el fragor de la batalla, rehagáis vuestra vida. Casaos y sed feliz.

Albert”

II

Pasaron dos años. Llegaron noticias de que Albert había muerto en el frente y Teresa lloró de forma desconsolada. Pero al finalizar la guerra de F…, el joven Adianhoff regresó a su tierra descubriendo la conmoción que provocó la noticia errónea. “¡Hijo, Dios misericordioso! ¡Estás vivo!” decía su padre mientras lo abrazaba. Cuando fué a ver a Joseph y le preguntó donde vivía ahora Teresa este se lo dijo. Al llegar al nuevo hogar de Teresa descubrió que era un palacio. La doncella le hizo esperar en una amplia sala diciendo que ahora vendría la señora. Al ver Teresa a Alfred abrió los ojos con gran sorpresa exclamando “¡Alfred!” y se desmayó. Cuando recobró el sentido vió que estaba tumbada en el suelo con la mano de Adianhoff sujetándole la cabeza. “Teresa…” le dijo alegre Alfred. Teresa conmocionada le abrazó mientras lloraba. “¡Alfred, Alfred!” repetía. Le preguntó lo ocurrido y el joven se lo aclaró. Todo había sido un malentendido. Entonces Teresa le miró triste. “¿Qué ocurre?” preguntó Alfred “¿Ya no me amas?” Con lágrimas en los ojos Teresa respondió “¡Sí! ¡Te amo! Pero ahora soy una mujer casada…” Alfred sintió una fuerte punzada en el estómago y su rostro se puso lívido. Teresa le explicó que al llegar la noticia de su muerte siguió su consejo ,muy a su pesar, pues nunca había dejado de pensar en él y aunque quería a su marido, el marqués de G…, nunca lo sustituyó en su corazón. “De todas maneras -dijo Albert- es un compromiso. Dios quiere que nos amemos pero no que estemos juntos…” Teresa miró la tristeza en los ojos de su amado y le dijo con los ojos húmedos “Aunque sea leal al compromiso siempre seré fiel a tu amor”. Alfred la miró con tierna melancolía. Después tomó con delicadeza su mano acariciándola por un instante y se marchó silenciosamente cabizbajo.

III

Tiempo después, el marqués de G… se enteró de la historia a través de su esposa. Tras unos días sopesándolo, finalmente optó por cancelar el compromiso. “Te amo -le dijo serio a Teresa- y por eso quiero que seas feliz. Sé que conmigo no lo serías. ¡Ojalá tenga la fortuna de vivir algún día un amor tan elevado como el vuestro!” Teresa, emocionada, se acercó y le dió un beso en la mejilla abrazándole cayéndole las lágrimas por el rostro. Mientras tanto, Joseph intentaba consolar a su amigo. “¡Alégrate! Es posible que el amor vuelva a tu vida cuando menos lo esperes” le dijo al tiempo que alzaba una copa de vino.  En ese momento, llamaron a la puerta. Adianhoff se acercó y abrió. “¡Albert!” dijo Teresa mientras lo abrazaba sonriente con las lágrimas resbalándole de alegría por las mejillas. Las lágrimas también hicieron presencia en el rostro de Albert el cual abrazó a Teresa sintiendo una indescriptible felicidad.

Joseph fué el padrino en la boda de Albert y Teresa. Fué acompañado de la dulce S…, su prometida. Pero esa es otra historia…

FÍN

LA MANSIÓN DE LOS SAUCES


I

El 1 de diciembre de 1830 fue un día muy señalado en la vida de Alexander Scheffer y su prometida Hilde. Fué el día en el cual fueron a ver la que iba a ser su futura casa en su  próxima vida de casados. Situada en una zona tranquila lindando con un bello bosque de hayas era una construcción neoclásica casi aislada. Sólo una vieja mansión abandonada estaba próxima a ella. Si mirabas desde la ventana del salón la podías ver. Tenía una fachada desgastada de lo que en otro tiempo debió ser un centro repleto de vida. Un jardín en el que crecían hierbas silvestres y dos majestuosos sauces era todo lo que quedaba.

Alexander Scheffer era el hijo del barón de G… Tenía 27 años. Alto, delgado, de pelo negro y ojos castaños tenía un temperamento marcadamente espiritual y sentía una gran atracción por todo lo que representase un misterio. Todo lo misterioso le hacía presentir ese mundo ideal con el que siempre soñaba. Hilde era la hija de Franz Behm un comerciante de tejidos. Tenía 21 años. De constitución delgada y piel blanquecina con una larga cabellera dorada y unos bellos ojos azules tenía un carácter dulce y romántico. Amaba a Alexander con todo su corazón desde que lo conoció. Y él a ella aunque a veces pareciese distante. Ella aprendió que no era indiferencia respecto a ella sino sólo una incursión en su rico  mundo interior del cual extraía fuerza y luz para seguir encarando la vida con optimismo.

«Si no fuese por esa mansión obsoleta las vistas serían inmejorables» dijo el padre de Hilde mirando a través de la ventana. Tendría unos cincuenta años. De piel sonrosada y pelo marrón sus vivos ojos negros revelaban una profunda codicia de la cual no se escondía haciendo alarde a la menor ocasión. «Aquí llega Jan» dijo Alexander esbozando una sonrisa. Jan Mosler era el amigo de Alexander. Tenía un año más que él. De complexión recia, pelo castaño con una cuidada barba y bigote. Sus ojos negros expresaban una profunda calma no exenta de fuerza contenida. Médico de profesión era de temperamento pragmático. Le acompañaba su esposa Rebecca. De 25 años y cuerpo rellenito, sus ojos verdes eran lo más atractivo de su rostro. Era de trato afable y una amante de la costura.

Como supondrá el hipotético lector, ese día lo dedicaron a descubrir todos los recovecos de la casa. Después, durante la cena, Alexander hizo mención a algo que el resto no vió. «Hay luz en la mansión» «Imposible» dijo Jan con su habitual flema. Pero al girar la cabeza vió como se distinguía una luminiscencia en la casa vecina. «Debe tratarse de una ilusión óptica producida por las farolas del exterior y la luz de la luna llena» sentenció de nuevo el médico volviendo a comer. Rebecca miraba nerviosa la luz.  Franz Behm empezó a hablar de sus ventas de tejidos mientras Hilde contemplaba a su amado. Ella sabía lo que estaba sintiendo Alexander. Sabía que esa noche no regresarían hasta haber descubierto el misterio.

II

«No puedo creerlo…» dijo Jan contemplando atónito la luz que salía de una habitación de la mansión. Ahí, en mitad de la calle, estaban Alexander, Hilde, Jan, Rebecca y Franz Behm contemplando absortos la escena. ¿Cómo es que había luz en la mansión? ¿Acaso estaba habitada? Eso no era factible porque anteriormente habían estado dando vueltas por todo el perímetro y no habían visto ni escuchado a nadie. ¿Entonces…? ¿Qué era aquello? «Vayamos a verlo» dijo Alexander encaminándose hacia la puerta. Franz Behm miró a su hija preocupado como diciéndole «¡Haz algo!». Hilde miró a su padre sin decir nada acompañando a su prometido. «¡Esto es de locos!» exclamó el comerciante echándose las manos a la cabeza. Rebecca se agarraba al brazo de su esposo el cual se debatía entre marcharse y seguir a su amigo. Finalmente optó por esto último. «Quédate con el señor Franz Behm. Volveré pronto» le dijo a su esposa.

III

La puerta estaba entreabierta así que Alexander sólo tuvo que empujarla para poder entrar acompañado por Hilde. El brillo de la luz de la luna llena hizo que pudiesen vislumbrar el interior del vestíbulo. Tenía una vieja armadura llena de telarañas; varias sillas carcomidas y restos de lo que fué un espejo de pared en el suelo. «¿En qué habitación estará la luz?» preguntó Alexander girando la cabeza lentamente intentando descubrir alguna escalera o pasadizo. Hilde caminaba a su lado sintiendo su agitada respiración. Su pecho sentía una ligera opresión producida por la incertidumbre del misterio. Nunca hubiese entrado sola pero al lado de Alexander hubiese ido a cualquier sitio. «Oigo pasos» dijo Hilde. «¿Quién anda?» preguntó Alexander. «Soy yo»respondió Jan acercándose sudoroso. No era calor sino miedo lo que le producía esa sudoración al templado médico. Era la primera vez que sentía que no tenía una explicación lógica para lo que estaba viviendo. Toda su experiencia y su erudición no le servían de nada en aquel momento cuando lo inexplicable se presentaba ante él irrumpiendo en su tranquila vida.

Al fondo del vestíbulo Alexander distinguió una escalera. La siguieron. Caminaban despacio, teniendo presente la precaria situación de todo el lugar. Los escalones crujían. Parecía que en cualquier momento fuesen a derruirse. Alexander iba en primer lugar mirando con expectación todo lo que veía. Le seguía Hilde tocando con su mano el brazo de su amado. Jan cerraba el grupo caminando lentamente sintiendo como los músculos se le agarrotaban por momentos. De pronto, oyeron pasos encima de ellos. «¡Pasos!» dijo el galeno sorprendido. «Si. Vienen del piso superior» respondió Alexander. Continuaron subiendo. Al llegar al siguiente nivel vieron una gran habitación con dos camas pequeñas y varios juguetes de madera por el suelo. Y de nuevo los pasos. «Otra vez…» dijo Jan con voz apagada. «Vienen de allí» dijo Hilde señalando un pasillo del cual provenía una luz. «¡Ahí está! ¡La luminiscencia que veíamos!» exclamó Alexander. En ese momento Jan sintió un agarrotamiento extremo en las extremidades inferiores. Los pies no se movían. Las piernas le temblaban. «¿Qué te ocurre Jan?» preguntó Alexander mirándole. Era la primera vez que veía a su amigo de esa manera. El miedo estaba haciendo estragos en el habitualmente flemático Jan Mosler.  «Esas voces…» dijo Alexander girándose. Al hacerlo vió dos sombras que cruzaban corriendo el pasillo entrando en la habitación iluminada. Movido por un impulso irrefrenable caminó hacia la cámara seguido por Hilde. Al llegar a ella vieron una escena sorprendente en la que dos espectros de niños vestidos con ropas de noche jugaban en el suelo con dos muñecos de trapo. También había la figura espectral de una señora de mediana edad llevando el pelo recogido mirándolos cariñosamente. Aparentemente se mostraban indiferentes ante Hilde y Alexander. ¿Acaso no los veían? Es posible. Lo cierto es que la escena duró varios minutos. La pareja la contemplaba con una mezcla de admiración y de cierto escalofrío. Una sensación de sublime misterio.

Mientras tanto, Jan seguía agarrotado y las lágrimas empezaron a aflorar resbalando por sus mejillas. Así es la naturaleza humana. Tan frágil y cambiante como las aspas de un molino de papel.

IV

Cuando regresaron fueron recibidos efusivamente como si acabasen de regresar del Hades. Sobretodo por parte de Rebecca la cual abrazó con fuerza a su esposo echándose a llorar. Por su parte, Franz Behm, aunque visiblemente alterado, guardó más la compostura. La verdad es que sentía vergüenza por no haberse atrevido a acompañar a su hija. Jan también sentía cierto apuro aunque sabía que su amigo no revelaría su cobarde comportamiento. Pero ¿quién no hubiese actuado como él ante una situación similar? Pocos ciertamente. Seres con un talante especial. Seres como Alexander e Hilde los cuales se sentían agradecidos por haber vivido juntos una experiencia como esa. Nunca más volvió a ocurrir nada parecido en la mansión de los sauces. Con el paso del tiempo, Jan logró encontrar una explicación a todo lo pasado considerando lo vivido como una alucinación provocada por su subconsciente. Eso tranquilizó a su excitada esposa aunque no a él. El que no se alteró demasiado, a simple vista al menos, fué Franz Behm el cual siguió con sus negocios de tejidos. Su verdadera pasión. Sólo Alexander e Hilde conservaron en su memoria la experiencia pasada como una oportunidad única de sumergirse en el misterio del más allá; un misterio que todos viviremos cuando, llegada la hora, pasemos al otro lado.

FÍN

EL SECRETO DE MISS FLAME


I

«1-enero-1724

¡Saludos Philip!

Te escribo porque me ha pasado algo que quería compartir contigo. Tu, mi querido amigo, eres la persona en la que más confío. Por eso, aunque quizás te cueste creerme, se que sabrás que no miento. Empezaré por el principio. Hace dos días, estaba paseando por el parque que hay cerca de mi casa. El día estaba nublado y el sol hacía tímidos amagos continuos. De pronto, oí el ruido de una carroza. Al girar la cabeza vi a través de la ventana del carruaje el rostro de la criatura más bella y angelical que ningún mortal haya visto. Ni siquiera me di cuenta de que los caballos me llenaban de barro el traje al pasar por mi lado. ¡Oh, caro amigo! ¡Que dulce fue mi visión! Pero no quiero demorarme más. Perdona estos arrebatos de enamorado. Prosigo. Resulta que perseguí a la carroza. Se detuvo cerca de una vieja mansión. Yo miraba respaldado por el tronco de un árbol pues sentía que no debía interferir. Y no me equivoqué… La puerta se abrió y la dama bajó y al hacerlo su rostro ya no era el de una joven sino el de una anciana. Me froté los ojos. No había duda. Ya sé que me dirás que «de lo que ves confía en la mitad y de lo que oyes, un cuarto» pero te aseguro que te estoy relatando lo que realmente ocurrió. Calculo que estuvo unas dos horas en el interior de la casa. Después, salió y se marchó con el carruaje pasando cerca mío. ¡Y de nuevo la dama lucía joven y esplendorosa! ¡Dime que estoy loco pero así fué! Dime que te parece todo toda esta historia. ¿No es algo extraordinario?

Un abrazo.

S. D.»

«3-enero-1724

Buenos días estimado Samuel,

Tu historia me parece racionalmente inverosímil aun sabiendo que la mentira no anida en ti mi buen amigo. Es posible que la niebla y la distancia te hayan hecho ver cosas que la imaginación ha deformado. En todo caso te recomiendo que si quieres salir de dudas trates de contactar con la bella dama. No hay nada que supere la prueba de la experiencia. Fantasear es la principal afición de estos tiempos. Guárdate de falsas quimeras. Por cierto… ¿Bebiste algún aguardiente?

Hasta pronto.

P. G.»

II

«7-enero-1724

¡Saludos Philip!

Siempre he admirado tu capacidad para separar el grano de la paja así como tu franca sinceridad. No obstante tu incredulidad se haría añicos si hubieses vivido lo que yo he vivido estos días… Seguí tu consejo. Fuí a ver a la dama a su mansión. Me recibió un viejo mayordomo el cual me atendió muy gentilmente. Después, me acompañó hasta una hermosa sala y me hizo aguardar. Reparé en el lugar. Era un viejo salón de la antigua nobleza ahora venida a menos. A destacar un bellísimo cuadro de ella de joven. Quedé completamente embelesado. Así me recibió miss Flame. «El tiempo siempre pasa factura» dijo sonriendo. Me giré y la vi irradiando una melancólica felicidad. Sus arrugas no lograban apagar la luz de su mirada y, como un fogonazo, me vino la imagen del carruaje. «Pero hay bellezas que perduran…» respondí. «¿Me seguisteis hasta aquí?» «Si. ¿No debía?» «Sois joven, yo soy un espejismo de otros tiempos. Un espejismo atormentado…» Noté que bajaba la mirada y después la subía lentamente mirando a través de la ventana como queriendo llegar a un mundo al que ya no tenía acceso. «¿Por qué…?» «Es mejor que no lo sepáis. Sed feliz con una vida sencilla. Tenéis un alma bella llena de vitalidad. Apartaos de los fantasmas y vivid vuestro tiempo» «¿Eso sois? ¿Un fantasma?» «Es tarde. Debéis marcharos» Y al decirlo dió media vuelta y desapareció por el pasillo. ¿Qué me dices a esto amigo? Hay más. Volví a seguir al carruaje y esta vez me escondí dentro. Miss Flame al verme se sorprendió. Yo la miré feliz contemplando su bello rostro lleno de vida. «¿Qué hacéis?» «Amaros» respondí dejándome llevar por un impulso irrefrenable. Ella sonrió dulcemente y miró por la ventana. Yo le tomé la mano. Era una mano delicada. Me acarició el rostro mirándome tiernamente y yo apoyé mi cabeza en su regazo cerrando los ojos. Cuando desperté estaba en mi cama. Me levanté y me asomé por la ventana. El carruaje se marchó al ver luz en mi habitación mientras la noche empezaba a hacer acto de presencia.

Ahora dime tu parecer. Lo espero con gratitud.

Un abrazo.

S.D.»

«9-enero-1724

Buenas noches estimado Samuel,

Tu relato es, cuanto menos, sorprendente. Todo es etéreo, como salido de un cuento de antaño. Dada mi formación como jurista estas historias escapan a mi experiencia y me cuesta creer en ellas. Pero se que me escribes en calidad de amigo y no como cliente. Por ello, respeto y valoro tu confianza y asimismo declaro que nunca oí semejante historia. Tan fantástica me parece. En el sentido más literal del término. A mi mujer no le he explicado nada, como supondrás. Esto queda entre nosotros. No se que más decir. Quedo a la espera de saber más de miss Flame.

Tu amigo,

P.G.»

III

«11-enero-1724

¡Saludos Philip!

Te escribo para decirte que me marcho con Artemis, ese es el verdadero nombre de mi amada miss Flame. Si quieres despedirte de tu amigo pasa por mi casa mañana al atardecer.

Un abrazo.

S.D.

PD: Te escribiré más adelante si allá donde voy se puede escribir. Dios dirá.»

Al día siguiente, Philip se presentó en casa de su amigo. Lo vió salir risueño con Artemis la cual sonreía feliz haciendo que su aspecto anciano quedase matizado por la luz que desprendía. «¡A más ver amigo!» dijo Samuel abrazando a Philip. «Buen viaje» dijo viendo como Artemis subía en el carruaje y se transformaba en una preciosa joven. Después se subió Samuel y se marcharon. El sol se escondía. Empezaba el tiempo del mundo de los sueños…

FÍN

LA ABADÍA DE SAINT LORENZ

I

La noche cubría el lugar mientras el viento movía la cortina de la ventana colándose en la habitación. Esta vez los papeles de la mesa volaron y Bradley se levantó a recogerlos. Cuando se dispuso a dejarlos en el mismo sitio vió lo que le pareció una sombra que deambulaba cerca del umbral del bosque. Era la sombra de un hombre con abrigo y sombrero de copa. La luz de la farola lo iluminaba mientras se acercaba hasta la casa del joven caminando dando grandes zancadas. ¿De dónde había salido? ¿Quién era? De pronto, se oyeron golpes en la puerta. Bradley fue a abrir. Allí estaba el misterioso hombre el cual sin decir nada le dió un papel y se marchó. La nota era una invitación para asistir a un concierto en la abadía de Saint Lorenz situada en el condado de F… Bradley levantó la vista buscando al hombre pero ya no estaba.

II

El día del concierto Bradley llegó en un carruaje. Cuando se dispuso a pagar al cochero este hizo un gesto con la mano rehusando el dinero y se alejó espoleando a los caballos. Sorprendido por la reacción el joven no se dió cuenta de la presencia del hombre del abrigo y el sombrero de copa el cual le esperaba. Bradley lo miró. Después levantó la cabeza contemplando la luna llena y sintió un ligero escalofrío. Las notas musicales de los instrumentos lo sacaron de ese estado y entró siguiendo al misterioso hombre. ¡Cual no fué su sorpresa al ver que únicamente estaban los músicos y nadie más! Después de sentarse en un banco comprobó otra cosa aun más misteriosa. Las paredes irradiaban una luminiscencia fantasmagórica como si formasen parte de otro mundo más sutil. Se dispuso a salir de inmediato pero el hombre del sombrero de copa le sujetó con la mano apretándole el hombro. El concierto empezó y de repente una dama de belleza sin igual apareció delante de los músicos comenzando a bailar. Bradley no cabía en si de asombro. Ya no sentía miedo sólo una benéfica sensación provocada por la bella contemplación de la bailarina la cual irradiaba una inefable dulzura serena. Cuando la música acabó la bailarina le contempló sonriendo. Después se difuminó desapareciendo a la vez que los músicos. En vano se levantó Bradley tratando de averiguar por donde se habían ido. Tampoco el hombre del sombrero de copa se hallaba en la abadía. ¿Qué había pasado? ¿Qué ilusión estaba viviendo? ¿Estaba soñando? Por más preguntas que se hacía no encontraba las respuestas.

III

Pasaron los días y Bradley continuaba acordándose de todo lo vivido en la abadía de Saint Lorenz. Estaba fascinado por todo lo ocurrido y sentía una profunda nostalgia cuando se acordaba de la mirada de la misteriosa bailarina. ¿Se trataba de un fantasma? ¿De un espectro del más allá? No podía ser que una criatura tan bella y dulce perteneciese a ese mundo ¿O si? Esa noche, cuando se disponía a ir a dormir después de haber guardado sus escritos en el cajón de su escritorio, empezó a escuchar una conocida melodía. ¡Era la música del concierto! ¿Pero de dónde venía? Comenzó a dar vueltas hasta acercarse a la ventana. Fué allí, frente a su casa, donde pudo ver de nuevo a los músicos y a la bailarina. Estaban rodeados por una bruma que poco a poco se fué aclarando hasta dejar ver el interior de la abadía de Saint Lorenz. Bradley sintió el vértigo de lo inexplicable y la felicidad de su corazón rebosante de luz. Sin darse cuenta, sus pasos le llevaron hasta ellos hasta detenerse frente a la bailarina. La música sonaba inundando el lugar con la magia del mundo de los sueños. Mientras contemplaba dichoso esa escena siendo al mismo tiempo partícipe apareció en los labios de ella la más dulce sonrisa; una sonrisa llena de serena felicidad.

FÍN

LA MAGIA DE LA ESCRITURA

Desde los tiempos remotos el lenguaje siempre ha estado unido a la magia y esta al poder. Aquel que sabía el nombre original de los seres era el más cercano a los dioses pues sólo ellos conocían el verdadero nombre de los seres y , por tanto, su verdadera esencia; la verdadera esencia de todo lo creado. Toda persona que siente el impulso de crear (ya sea através de la escritura, del dibujo o de la pintura) busca consciente o inconscientemente sentirse creadora a imitación de los dioses; creadora de mundos, creadora de seres, creadora de sueños.

Si tu estás aquí leyendo estas letras es porque eres una de esas personas en las que late el impulso creador incluso sin tu saberlo. Algo te llevó hasta aquí. Indaga en tu interior y hallarás la respuesta.

¡Bienvenid@!